miércoles, 13 de mayo de 2015

¿Para Quién Me Visto Yo?

Desde niñas nos atrae todo lo relativo a la moda. Son muy pocas las mujeres que no se interesan en este tema. Si queremos ser mujeres sabias, no podemos pasarlo por alto, porque la sabiduría debe caracterizarnos incluso cuando nos paremos frente al espejo o al armario.
Lamentablemente la cultura postmoderna en la que vivimos nos presenta un concepto de moda y belleza que dista mucho de ser lo que caracteriza a la mujer sabia. No tengo nada en contra del buen vestir. Me gusta. Y como a toda mujer, me interesa lucir bien. De hecho creo que debemos cuidar de nuestra apariencia siempre. Sin embargo, hay una verdad que no vas a encontrar en ninguna de las revistas dedicadas al tema de la moda, la ropa y la belleza femenina. Y esa verdad es esta: La mujer sabia, partiendo de que es una mujer que ama a Dios y tiene una relación personal con él,se viste para darle honor a él y no para hacer voltear los ojos de quienes la vean pasar.
La palabra hebrea para dignidad es un término que se translitera comohadar y quiere decir: esplendor, majestad, gloria, honor. Es curioso que la misma palabra se usa en otros pasajes con un significado todavía más elevado: glorificar a Dios. ¿Te das cuenta? La mujer virtuosa, la mujer sabia, se viste con honor y para dar honor, para glorificar a Dios.
Sin embargo, la sensualidad está permeando cada centímetro del mundo que nos rodea. Basta con mirar cinco minutos cualquier revista mientras estamos en la fila para pagar en el supermercado, o simplemente hojear una circular de tu tienda favorita. Todas gritan a coro: “tienes que lucir sexy”, pero esa no puede ser la meta de la mujer sabia. La mujer sabia quiere vivir honrando a Dios.
Dejemos claro que no es cuestión de vestirse con un siglo de atraso sino de elegir ropa que me haga lucir bien, con la que me sienta cómoda y bonita pero con honor, con dignidad, con pureza, sin el deseo de hacer arder corazones ajenos ni de provocar sentimientos que no den gloria a Dios.
A veces no nos percatamos de que en la iglesia, por ejemplo, los hombres que nos rodean son nuestros hermanos en Cristo. Tú y yo no debemos ser piedra de tropiezo para ellos. Dios les hizo de manera diferente y el sentido de la vista activa su sexualidad. No son pervertidos. Son hombres. Tenemos que ser cuidadosas.
Lucir bellas para provocar las miradas masculinas no puede tener lugar en el corazón de una mujer que busque honrar a Dios. Jesús dijo: “Pero yo digo que el que mira con pasión sexual a una mujer, ya ha cometido adulterio con ella en el corazón” (Mateo 5:28). No seamos la causa de un pecado así. Tenemos que hacer nuestra parte porque al y fin y al cabo, es a Dios a quien rendiremos cuentas.
Esta verdad la entendí con los años. Me costaba procesarla cuando era joven. Pero ahora que la entiendo quisiera poder grabarla en las mentes de todas las jóvenes que conozco.
¿Quieres una ayuda para entenderlo y saber si estás siendo sabia en este aspecto? Cada día, cuando nos paremos frente al espejo, seamos honestas y hagámonos estas preguntas: Cuando escojo una ropa, ¿qué tengo en mente? ¿Agradar a Dios, dar honor a su nombre (y al de mi esposo) o llamar la atención de los ojos masculinos que me miren hoy? Es así de sencillo.
El viejo adagio repite “el hábito no hace al monje”. Es decir, que lo que llevamos por fuera no cambia quién somos por dentro, pero sí dice mucho de los valores que tenemos, a quién representamos. Tú y yo hemos sido llamadas a marcar la diferencia. Somos una contra-cultura, y esa tarea no es fácil, pero cuando Jesucristo nos llamó nunca dijo que sería fácil.
Fíjate que no es cuestión de andar feas y despeinadas, de hecho nuestra mujer modelo en Proverbios 31 tenía muy buen gusto para vestir: “Se viste con túnicas de lino de alta calidad y vestiduras de color púrpura” (v. 22). Sin embargo, la sabiduría tiene que caracterizarnos incluso a la hora de pararnos frente al clóset o el armario y decidir cómo nos vamos a vestir cada día. Imagina por un segundo que Jesús estuviera junto a ti, ¿qué ropa escogerías?
Mujer, llegar a ser sabia abarca cada aspecto de nuestra vida, incluso la belleza. Seamos mujeres que viven agradecidas por sus años, enfocadas en embellecer su carácter, que visten con honor y para dar honor a Dios, y que buscan dejar por dondequiera que pasen un aroma que evoque a Cristo.
{Esta lectura es un fragmento del libro “Una mujer sabia”, de Wendy Bello. Para conocer los detalles, puedes visitar estapágina.}

sábado, 2 de mayo de 2015

Los siete hábitos de los discípulos efectivos y cómo aprovecharlos en el beneficio de sus ministerios. Por: Fabián Villanueva





Los hábitos personales –trabajando consigo mismo– son:

§  Ser proactivo: los discípulos deben aspirar a influir conforme a la voluntad de Dios en los acontecimientos y el entorno en el que trabajan y no limitarse a permanecer sentados a la espera de que sucedan cosas.
§  Empezar con un fin en mente: los discípulos deben identificar la responsabilidad inherente a su filiación conforme a la palabra de Dios. Una vez las tengan identificadas, deben evitar distracciones y trabajar constantemente en actividades que le conduzcan hacia sus objetivos.
§  Poner primero lo primero: los discípulos deben dar prioridad a aquellas actividades que les ayuden a alcanzar sus objetivos.
§  Afilar la sierra: los discipulos son humanos. Necesitan tiempo para descansar, renovarse y actualizarse.

Los hábitos interpersonales –trabajando con los demás– son:

§  Pensar en ganar-ganar: en el trato con los hermanos, los amigos, los pastores, los discípulos  comprometidos buscan siempre un terreno común y una solución basada en la palabra de Dios.
§  Comprender primero y después ser comprendido: al igual que los médicos, los discípulos deben diagnosticar el problema antes de prescribir su curación.
§  Sinergizar: la sinergia se produce cuando el resultado es mayor que la suma de las partes. Como en el caso de 2 + 2 = 5. El trabajo en equipo puede hacerlo posible.

CÓMO UTILIZARLA

§  Para ser proactivo, movilícese y trabaje hacia el logro de sus objetivos. No se quede sentado a la espera de que sucedan cosas. Busque oportunidades para influir sobre los acontecimientos y sobre su entorno de trabajo.
§  Empiece con un fin en mente identificando sus objetivos. ¿Qué quiere realmente en la vida? Piense en sus responsabilidades que como hijo de Dios tiene. ¿Qué quiere hacer para glorificar el nombre del Señor? Ha llegado el momento de concretar sus sueños. Plasme en un papel sus objetivos a corto (un año), medio (dos a tres años) y largo plazo (más de tres años) y vaya tachándolos a medida que los cumpla.
§  Ponga primero lo primero e identifique qué actividades le acercan más a la consecución de sus objetivos. En determinadas ocasiones tendrá que hacer otros tipos de trabajo. Y no pasa nada por ello. Pero retome lo importante lo antes posible.
§  Estar siempre a punto sirve para recordarle que debe cuidarse. Busque tiempo para orar, disfrutar de períodos de ayunos, lectura de la palabra y poner al día sus habilidades cristianas.
§  Cuando trate con hermanos, amigos o incluso con los conocidos, intente ante todo comprender qué dicen. Escuchándolos, conseguirá comprender qué quieren realmente.
§  En cuanto haya comprendido sus deseos, podrá identificar una solución en la que todas las partes salgan ganando y queden satisfechas. Esto genera confianza, lo que a su vez produce mejores resultados cuando vuelva a tratar en el futuro con estas personas.

§  Las relaciones que establezca basándose en el respeto mutuo y la igualdad liberarán sinergia más que competitividad y mejorarán los resultados futuros mucho más allá de lo esperado.